Me he dado cuenta que siempre vamos a ser algo maravilloso para alguien pero también en algún momento nos convertimos en algo que se llena de defectos para el otro...
Y sí, uno lo ve; lo resiente tanto el que ve lo incómodo que le resultan las falencias del otro que antes frente al enamoramiento no veía... Y también para quien recibe las no gratas apreciaciones del otro... Y esto va de ambas direcciones...
Pero el meollo de esta levedad del ser, va en saber aceptar en cada momento que definitivamente somos bastante imperfectos y que sin embargo al pensarlo detenidamente y sopesarlo, terminamos amando incluso esos defectos que siempre estuvieron en el otro pero que en la convivencia se volvieron tangibles...
Se trata de amar lo imperfecto que nos empeñamos en idealizar perfecto y en nosotros aceptar que somos un amasijo de falencias, pero ahí va la vida... En los defectos que convertimos en virtudes cuando nuestra propia madurez y amor por el otro nos lo permiten.
Y es que lo perfecto de amar se nos despierta un día en ese mohín que antes veías y te causaba tanta gracia, pero que luego se volvió un fastidio al verle hacerlo y después divagando en los pasillos de tu verdadero yo, admites que no hay tal molestia pues amas eso que caracteriza al otro sin más.
Lo peculiar está en comprender lo amargo desde la belleza, que sin importar las asperezas de la vida incluso aquellos momentos difíciles que vivieron juntos tienen su encanto.
Que duele saberse imperfecto a los ojos de quien te vio mucho más allá de esa palabra "perfecta"; pero que al pasar del tiempo descubrimos que sin lo procaz de lo vivido a diario no tomaríamos en justa medida el trago de la realidad de amar lo descarnado y pueril.
Si hoy te miran con ojos nublados de enamoramiento insensato, debes saber que la calma llegará a sus ímpetus y sus ojos volverán a ver claramente, que lo precioso se va a ir descubriendo con desvelos y sinsabores.
Que curioso resulta entender un día a la luz de la razón que amas aquellas manías sin sentido y sus faltas de atención, que el ronquido se te hace sordo cuando a tu lado ya no lo esté, pero añorarás despertarle una vez más para reclamarle aquel desnivel de soplidos insufribles tan de él...
Que enamorarse no tiene edad y sus mieles no dejan de embriagar pasiones ya lo han de saber; pero lo dulce está en volver el rostro a lo que no es, escudriñar lo que no veíamos y reconocerlo de una vez, amamos lo imperfecto que enamorados no sabíamos ver...
L.J.A
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