Esta mañana mientras tomaba mi café bastante cavilante en asuntos que ni siquiera debería contemplar, vino a mi mente un recuerdo de mi infancia bastante particular y es que el motivo también lo fue ya que una pequeña hormiga recorría mi brazo izquierdo mientras yo me encontraba absorta en mi café y las tontas cavilaciones.
Recordé que muy pequeña, la verdad no sé que edad tenía para ese momento, quizá unos 5 o 6 años que son desde ahí que alcanzo a traer recuerdos de mi niñez; el caso es que al ver la pequeña hormiga en mi brazo y desde luego sacudirla comenzó a desplegarse en mi mente aquella tan nítida visión.
Crecí junto a mi madre en la casa de mis abuelos maternos, ellos tenían una bodega en casa y yo disfrutaba viendo aquel mundo para mí alucinante de estantes abarrotados de productos y enseres, vitrinas muy llenas de chucherías y también una donde mi nona (así les llame siempre... Nona y Nono, a mis abuelitos) guardaba todo lo relacionado con mercería; allí había algo a lo que siempre ponía mucha atención, eran unas cajitas transparentes donde venían muchos hilos de todos colores y que cuando mi nona los vendía todos esas cajitas quedaban vacías y yo esperaba ansiosa pues dichas cajitas iban a parar a mis manos.
El caso es que tomaba aquellas cajitas transparentes que incluso tenían su tapa igualmente transparente y me iba corriendo a la escalera que daba al segundo piso de la casa porque allí en la pared había usualmente un caminito de hormigas subiendo sin parar a no sé dónde, las cuales me causaban gran curiosidad; era así como llegaba con mi cajita y rompía aquella columna perfecta de las pequeñas caminantes incansables y zas!!! las atrapaba en mi cajita poniendo esta bocabajo, así me quedaba horas y horas mirando como corrían en muchas direcciones dentro de la cajita buscando una salida.
No sé cuál era mi fascinación por semejante acto que aunque en el momento no lo comprendía era algo no muy bueno.
Me fascinaba jugar con las pobres hormigas atrapándolas y poniéndolas a mi disposición hasta que mi madre me llamaba la atención y me decía deja ya esas pobres hormigas quietas.
El porqué de este recuerdo particularmente en este momento no lo sé o tal vez sí...
Pero he llegado a la conclusión que a veces sin quererlo encasillamos momentos, personas, situaciones, a nuestro antojo; sin pensar que realmente queremos cambiar de manera poco natural su normal influjo, que podemos matar poco a poco lo que realmente caracteriza a cada ser, sin querer ver que lo primordial de cada actuación es permitir la libertad en todos sus aspectos.
Cada uno tiene un camino, una razón de ser y estar, pero tantas veces nuestro egoísmo en querer retener algo nos impide ver lo maravilloso que es ver las hormigas correr a su destino.
Posdata
Algo he aprendido, tanto que ahora las hormigas corren libres incluso en mi brazo... Sí, aún vuelven a mí... Es que un día las dejé libres... De escoger, sí
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