Suelen las manzanas ser apetitosas, mas aun cuando son de color rojo.
Soñé un árbol que de manzanas refulgente se balanceaba, de color amarillo y rojo sus frutos palpitantes a mis ojos saltaban insinuantes; palpitaban sí, tan redondas y coloridas las manzanas que hambre causarme podían.
No era hambre física no, seducían mas que un paladar; esa vida palpitante que lucían, volvían anhelantes a mis pupilas.
Extasiada mi alma, hundida en el sopor de lo que se desea, ansiaba aquel fruto que a mis ojos embriagaba de sed; sed de lo que no se tiene, sed del color que no has tocado, sed del líquido que jamás probar se ha podido, sed de comer pero sin ser hambre lo que ha sentido.
Las deseé para mí, frutos prohibidos que de otra huerta eran, preciados tesoros que por su vistosidad solo esperaba cayeran en mis arduos anhelos, chispeantes los ojos de pasión fúlgida relucían y fue tanto el antojo que a través de la cerca el manzano arrojar unas cuantas manzanas pudo a los brazos hambrientos que sin querer había seducido.
Puedo decir ahora que comprendo a Eva la del Edén que pecar pudo bajo el efecto del seductor fruto... No, si no fue la serpiente; fue la manzana la seductora perdición que profirió el deseo de a mordiscos comerle entera sus endemoniados pero fructuosos ardides de carne incierta.
Incierta sí, el deseo de unos frutos que tras de la cerca esperan; no son para todo el mundo mas bien solo son quimeras.
Que sabroso es paladearle, mas sabroso aun tentarle las ansias que no se pueden deshacer en nuestras carnes.
Al fulgor de sus ojos...
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